Texto por: Aura Maria Gallego
Entre la ira y el amor con ese audífono derecho que siempre suena mejor que el izquierdo, me los quito, los miro, los comparo y decido odiarlo. Un sentimiento casi nazi con el audífono izquierdo, siento que me ha fallado, no me merece, me daño el día, le retiro mis afectos, no quiero que me susurre más y me quedo solo con lo que puede ofrecerme el derecho. Aún con el audífono derecho puesto, siento que la música hace que a la realidad se le vaya poniendo un filtro “blur” y me encuentro a mí misma en mi propios mini clips musicales, me pasa también que me enamoro una vez más de las voces, y las voy dibujando en la imaginación, porque sin conocerlos permito que me susurren en el oído de vez en vez.
Como dijeron los Neoyorquinos de Indeep alguna vez “Si no fuera por la música no se lo que haría”, es un alimento necesario para el Day Dreaming en el que vivo (he leído que es saludable y ayuda a la creatividad) Mis Daydreaming por ejemplo son un 50% “Argumentos con los que pude haber ganado discusiones”, un 20% de “¡Que rico una cervecita!” y un 30% que denominare como “Uf, que bueno fuiste vos”.
Hoy, la música me ha puesto a pensar en un beso, con ese tipo que me besó como ningún otro, ese que me hizo morder el labio, ese que me saco de la casita del orgullo y me llevo a buscarle la boca, ese que no me besa hace tanto tiempo que ya no puedo recordar si tenía los labios resecos o cuantas canas tenía en la corona de la cabeza, sólo el beso. Un beso que no me saco de un hechizo de bella durmiente, ni hizo que mi pie hiciera ¡Puf!, en fin, no fue un beso romántico, este beso lo que tenía adentro eran ganas, tantas, que se confunden con magia, tantas, que la ridiculez de “maripositas en el estómago” son más bien colibríes por todo el cuerpo, un aleteo que hizo que me temblaran las piernas, que fatigó mis cinco sentidos. Un beso que recuerdo hasta hoy, que recuerdo los pequeños gemidos como zumbidos que se combinan con la música en mi oído, hasta que cambia la canción.
De ese beso también recuerdo que se acabo, que los colibríes se empujaban dentro de mí, buscando la salida, y que se esfumaron cuando calló la noche, que nuestras miradas ni se cruzaron porque de inmediato puso los ojos en su teléfono. Ni que yo fuera tan sinvergüenza de preguntarle que podía ser más importante, pero si no eran los chicos, era otra chica, si no era otra chica era un estado en Facebook, si no era Facebook, era un “heart” en instagram. El acto de iluminarse la cara con la luz del celular y sonreír, no es más que la señal más poderosa de desinterés. Me toco dar reversa, mirarme usando la cámara frontal, aplicarme un poquito de labial y largarme del lugar con una excusa básica de las mujeres: “Una amiga me acaba de escribir, es que está súper mal, me tengo que ir”, algo que hoy en mi Daydreaming me parece una tontería eso de disculparse, mejor le hubiera tirado el Gin & Tonic en la cara y me iba taconeando al estilo Beyoncé en “Crazy in Love”, pero no nos digamos mentiras, sería una infamia desperdiciar un Gin de esa manera.
No sé cuantas veces me habré imaginado este mini clip, en donde me pueda desquitar de su apatía, de su conchudez, de su necesidad de tener muchas mujeres, o tener muchos “likes” y de su necesidad de ser irreverente. Quiero que sepa también, que prefiero un hombre que me envicie con besos y con un “yo me leí un libro que se parece mucho a ti” y no con uno que mira el celular después de follar. Que en mi vida, eres el audífono izquierdo, el que ya no me susurra.
Uf, ¡Que buena canción! ¡Que rico una cervecita!