EN BLANCO
Una vida entera ha ocurrido durante la última semana. Sí, cariño, a veces se puede ver todo lo que está pasando y, al mismo tiempo, no entender nada. Así se entrena el sutil arte de confiar en Dios. Nada falta sino saber que, al final, todo sale bien. Patas arriba, pero bien. ¿Cómo? Bueno, el universo tiene sus maneras de irse piloteando. Tú encárgate de lo que es imposible para ti y Él se encarga de lo que es imposible para todos.
Voy a confesar que si algo me ha enseñado este viaje es qué hay que estar a la altura del azar. Lejos de casa, de cualquier colchón emocional, empiezan a brillar y a tomar su lugar las cosas que realmente importan. La compasión y la gratitud deberían ser los dos principios rectores de la vida. Ahora sé que este viaje inició años atrás antes de subir un avión. Que lo que empezó como un respiro, como un abrir-panorama, realmente tenía otro propósito más allá del mío: un viaje íntimo, un tren que va directo y profundo a través del mundo del día y de la noche. Y esta vez me subí a tiempo.
He sido el más mí-mismo siendo el menos yo-mismo. Antier vendía planchas de vapor. Ayer rompí un piso de cemento con una palanca y un martillo. Hoy pinté grafitis de muñecos de palitos en Broadway. Tomo estos días como un entrenamiento Miyagi de encerar carros para aprender karate. Sonrió mucho al verme en este momento y no tener la mínimo idea de lo que se viene encima. El arte de abrazar la incertidumbre y soltar el control es un arte olvidado. Por primera vez en mucho tiempo, apuntó al fuego y no al humo.
Hoy estoy cumpliendo un mes lejos de mi cama. Cumplí años e inició el ritual de paso al siguiente momento de mi vida. Dormí en pueblos pesqueros, vi un tornado aparecer, destruir e irse, me levanté en sofás de desconocidos e, incluso, ahora tengo una ventana al frente del metro que pensé que no me iba a dejar dormir, pero arrulla.
Ya gané. Ni siquiera importa lo que pase más tarde, mañana, dentro de un mes o dentro de mil años. Simplemente ya gané. El monito dorado de la victoria es uno conmigo.
Texto por: Álvaro Carrillo.