Texto por: Aura Maria Gallego
Los mayores saben, y recuerdan, que antes las cosas eran más simples. El amor, la amistad, el sexo, las drogas, hasta la música. Todo perfectamente simplificado y no en términos agonizantes si no en términos de perfecta sencillez.
A medida que van pasando los años, la cosa se va complicando más. No sé si es por la cantidad de gente o por la calidad de la misma. El caso, es que hemos mutado bastante en muy poco tiempo y eso nos ha agitado, estamos más molestos con el mundo que nunca, tenemos el poder de hacer los berrinches públicos que se nos vengan en gana, podemos humillar, destruir y sin embargo salir ganando
Esta es la historia de una fiesta de la que todos estaban hablando, me juraron que iba a ser la fiesta del siglo, y además era completamente gratis. Al lugar, llegué sola, me baje del taxi y vi el sitio, había muchas entradas y poca fila, me acomodé el pelo, retoqué cositas y sin mente entré. Justo en la entrada, un tipo me obligó a decir donde vivía y con quién vivía, aunque en un principio me pareció bastante sospechoso no le di mayor importancia, porque igual era LA fiesta y todo el mundo iba a estar allí. Es más, lo vi como un lugar bastante acogedor en el que sólo se estaban preocupando por mí.
De entrada me encontré con mis mejores amigos pero también con montones de personas que había olvidado que conocía, mientras mi cerebro conectaba cables y se preguntaba “¿A este de donde es que lo conozco?” aplicaba la inyección infalible de la cordialidad con un pequeño asentimiento de cabeza como prueba de lo interesantísima que me resultaba la conversación, sin embargo, como en cualquier fiesta llegaron más y más personas (en su mayoría completos desconocidos) y como el contacto físico con desconocidos no es lo mío, tuve que escabullirme a una zona segura.
Como dicen por ahí “de eso tan bueno no dan tanto”, una chica se me acerco, me preguntó cual era mi trago favorito y sin más ni menos me agarró del brazo y me obligó a sentarme en una silla. La cordialidad con la que me dieron la bienvenida se fue desvaneciendo y de a pocos se fue convirtiendo en un thriller de bajo presupuesto con terribles actores. El sitio donde me sentaron era particularmente oscuro, tenía la vista de todo el lugar y además me dieron el poder de dejar entrar o de echar a quien yo quisiera. Podía llamar al que quisiera con un dedo y alejarlos con un movimiento de la mano. ¡Parecía increíble! todos allí, la mayoría de ellos sin conocerme parecían admirarme, envidiarme y hasta imitarme. Gritos y aplausos permanentes a mis chistes, a mis pequeñas historias, a cosas simples que nunca antes me habían celebrado. Cada cierto tiempo la gente se te acercaba (a veces muchas personas al mismo tiempo), algunos sólo me saludaban, otros me conversaban largo y tendido hasta que un simple Ok. me liberaba de esa tediosa conversación, otros venían sólo a gritarme que me odiaban y que les caía pésimo, pero en su gran mayoría, se acercaban sólo a mirarme, a mirarme mucho, todo el tiempo, con ojos tan palpitantes que no podía verlos directamente.
Mientras estuve ahí sentada, vi como la actitud de la gente fue cambiando a lo largo de la noche, y como llegaron personas que aunque no quería que estuvieran allí, allí estaban, como por ejemplo: “Pepita Plop”, chiquilla fastidiosa (léalo entre dientes) Fue emo, fue flogger, fue hipster, pero se puso una falta de Zara y ahora es “fashion blogger”, ella no se me acercaba mucho pero me observaba con ojos juzgadores a veces. Es una joven muy excéntrica, grita demasiado, desde donde estoy sentada veo como grita y se impone, como critica y repele a los que no están a su nivel “estético”. A lo largo de la noche, llegó también “El Tipito Yeah”, usando ropa con logos más grandes que su ego y con un carro que claramente es más brillante que él, pero que con eso no le basta para quitarse la cara de que Hitler no lo hubiera dejado vivir. Muy cerca de mí, todo el tiempo estuvo un “Como se llame” que pasó de pegarme golpecitos en el brazo a pegarse carcajadas fuertísimas sin razón aparente a mi lado. Todo lo que yo hablaba, lo refutaba, estuve a punto muchas veces de tirarle el trago en la cara o pegarle una cachetada inolvidable, pero por alguna razón no pude hacerlo. Y como para rematar la hecatombe “El Gas” pajero retumbante que no decía mucho pero no podía esperar para tocarme con su mano calluda de quien sabe que.
Juro que les puse esos nombres porque no los conozco y seguramente ellos tampoco a mí; pero allí estaban en mis dominios, riéndose, hablándome, observándome, mostrándome. Ya estaba bastante fastidiada y cansada entonces solicite a seguridad retirar a todos los que no conocía y sólo dejar a mis amigos en el lugar, la petición fue en vano, me pidieron que lo hiciera yo misma. Había demasiadas personas ahí que se confundían con otras, había demasiado ruido, era muy difícil diferenciar entre amigos y conocidos, entre reales e irreales. La fiesta se salió de control, todos ahí parecían ser líderes de opinión, nunca se callaban, nunca estaban conformes, debate tras debate todo se fue convirtiendo en basura, todo lo querían destruir y criticar. Los que no, se limitaban a reírse a carcajadas, y otros a seguir observando.
Entre el caos absoluto decidí salir un rato, pero sin lugar a dudas pretendo volver y hacer que esa fiesta se convierta en una reunión entre amigos, sin espectadores, sin energías negativas, sin gente de más.
Esta es la historia de la peor fiesta de mi vida, una fiesta que me merezco porque yo misma la construí. Una fiesta en la que permití que a mis redes sociales entraran tan buenas como tan malas personas. Es muy cansón quejarse de algo que se puede cambiar, si no te gusta no lo tienes, si te encanta lo tienes, bastante simple.
Está bien claro lo de mantener a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca, pero no hay razón para mantener a los No Amigos.
Cuando tomen la feliz decisión de eliminar a los No Amigos o a los desconocidos y a la gente que les cae mal, háganle saber a sus amigos que la fiesta ahora es privada: #EliminandoGente